Llevaba varias semanas encerrada en casa sin poder dormir. La situación anómala que estábamos viviendo me producía ansiedad y nerviosismo. Había dejado de ver sesiones maratonianas de las series que me habían recomendado, porque nunca encontraba el momento de darle al botón rojo de apagado. Siempre quería saber cómo continuaba. Es el “enganche” de las series. Termina cada capítulo en un momento álgido de la historia.
Me acostumbre a leer un buen libro antes de irme a dormir. Tampoco funciono. Solo me quedaba acostarme y contar ovejas, cosa que no hice, por parecerme bastante ridícula y por supuesto, por no creer en el “sistema”. Encontré la solución dándome una ducha antes de meterme en la cama. Dejaba caer el agua sobre mi cabeza i me imaginaba que estaba en medio de un bosque rodeada de frondosos árboles y que una fina lluvia se deslizaba por mi cuerpo desnudo.
El siguiente problema que debía resolver era el aburrimiento y la desidia. Las dos o tres primeras semanas lo lleve fenomenal. Me había preparado para la ocasión. Dos pilares de libros a medio leer descansaban sobre la mesa. Era mi primer reto, en el que fracase rotundamente. Cuando oía un ligero ruido por la escalera o voces susurrantes, miraba por el agujero de la cerradura para ver i oír mejor. Pero lo encontraba tan ridículo, que también deje de hacerlo. No conseguía concentrarme para la lectura.