Este escrito, tengo que reconocer, que lo hago desde mis tripas, como decía una vieja amiga, cuando escribía alguna cosa que sabía, que iba a molestar a alguien y argumentaba que tenía que “sacarlo pa fuera”-.
Mucha es la gente que ante tu rostro crispado y triste, te aconsejan que tengas paciencia. Ante tu llanto espontaneo, que surge en medio de una conversación, y sin razón de ser, te dicen hay que tener paciencia. Si expones la situación en la que estás viviendo, des de hace más de cuatro años, te dicen que tengas paciencia y es la misma canción que llevo escuchando desde hace más de cuatro años. Ante esta perogrullada, yo pregunto: ¿en qué lugar venden sacos de paciencia?
Otros “consejos” que acostumbro a recibir sin haberlos pedido, hacen mención al hecho de que ella me cuido a mi mientras yo era un bebe o mientras fui una niña de corta edad y ahora me toca a mi cuidar de ella.
Error. Mi madre trabajaba y eran mis abuelos maternos los que me cuidaban, me daban de comer, me llevaban a la escuela, me bajaban a la placeta para que subiera en la bici o jugara con las hojas de los enormes plataneros. Era mi abuelo Juan el que se sometía a mi tiranía de hija única, jugando conmigo en casa, ya fuera a colegios -él era el alumno y yo la maestra que le ponía deberes, mientras hacia los míos- ya sea jugando a la baraja, ya sea llevándome con él a visitar a sus amigos del barrio, para echar un pitillo, un vaso de vino y unas charlas de las que yo me evadía sumergiéndome en mis mundos particulares.