Confinamiento

Estàndard

Llevaba varias semanas encerrada en casa sin poder dormir. La situación anómala que estábamos viviendo me producía ansiedad y nerviosismo. Había dejado de ver sesiones maratonianas de las series que me habían recomendado, porque nunca encontraba el momento de darle al botón rojo de apagado. Siempre quería saber cómo continuaba. Es el “enganche” de las series. Termina cada capítulo en un momento álgido de la historia.

Me acostumbre a leer un buen libro antes de irme a dormir. Tampoco funciono. Solo me quedaba acostarme y contar ovejas, cosa que no hice, por parecerme bastante ridícula y por supuesto, por no creer en el “sistema”. Encontré la solución dándome una ducha antes de meterme en la cama. Dejaba caer el agua sobre mi cabeza i me imaginaba que estaba en medio de un bosque rodeada de frondosos árboles y que una fina lluvia se deslizaba por mi cuerpo desnudo.

El siguiente problema que debía resolver era el aburrimiento y la desidia. Las dos o tres primeras semanas lo lleve fenomenal. Me había preparado para la ocasión. Dos pilares de libros a medio leer descansaban sobre la mesa. Era mi primer reto, en el que fracase rotundamente. Cuando oía un ligero ruido por la escalera o voces susurrantes, miraba por el agujero de la cerradura para ver i oír mejor. Pero lo encontraba tan ridículo, que también deje de hacerlo. No conseguía concentrarme para la lectura.

Estaba tan desesperada que incluso me invente un juego: hice una lista con las seis cosas que más me gusta hacer –en casa, claro- y con un dado del parchís iba haciendo tiradas para saber que me tocaba hacer en aquel momento: al 1 peli, al 2 música, al 3 gimnasia, 4 leer, al 5 llamada telefónica, al 6 puzzle.

Finalmente llego el fin del confinamiento. Primero de forma pautada y muy lentamente, pero para mí aquello ya era el principio del fin. Una alegría insultante me invadía. Empecé a pensar en que es lo primero que haría en cuanto pudiera salir de mi encierro. Era evidente. Un gran viaje a mi lugar preferido del planeta. Empecé a gestionar por internet la reserva del avión y del hotel. Tuve que hacer la reserva con varias semanas de anticipación. ¿Porque todo el mundo se había puesto de acuerdo para ir al mismo sitio que yo?

Y llegó el gran día. Hacía semanas que tenia las maletas encima de la cama, poniendo y sacando ropa, zapatos, arreglando el neceser, colocando el secador de pelo –a donde iba, los hoteles no tienen secador- no sabía si llevarme un libro o no. No creo que tuviera mucho tiempo para leer. Por fin conseguí cerrarlas convencida de que no me dejaba nada. Me levante muy temprano para darme una ducha y tomar un ligero desayuno antes de que llegara el taxi para llevarme al aeropuerto. Pero el destino me tenía preparada una desagradable sorpresa.

Al salir de la ducha resbale, y caí al suelo con una de las piernas hacia atrás.  No podía levantarme del dolor tan intenso que tenia. No me atrevía a mirar. Al cabo de unos minutos intente moverme para cambiar de posición y entonces vi un gran bulto que me sobresalía del tobillo.  Todavía no se como lo hice, pero arrastrándome llegue hasta el teléfono y llame a urgencias. Tuvieron que venir los bomberos para reventar la puerta y poder entrar. Me encontraron tal como me echo mi madre al mundo, pero puedo asegurar que en aquel momento no sentí ninguna vergüenza. Ahora cuando lo recuerdo, todavía se me suben los colores a la cara.

Resumiendo, que a día de hoy sigo confinada en mi casa, con la pierna enyesada y ayudándome en mis cortos desplazamientos con la ayuda de un bastón.

 

Rosa C. L.

Abril 2020

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