El cielo gris y plomizo, la lluvia fina, las hojas muertas en el sendero; todo el paisaje contribuía en ahondar su pena. El séquito fúnebre finalizo su trayecto y las tres hermanas se despidieron de su madre.
El siguiente destino seria la casa donde su madre había vivido los últimos años en compañía de Blas, el gato que un buen día apareció y se quedo en la casa. Hacia tres años que no se veían. La ruleta de la vida había girado de forma muy distinta para cada una de ellas. Ahora tenían que revisar papeles, ropas, muebles… había que vaciar la casa de recuerdos de su infancia y adolescencia para dejarla en condiciones para una posible venta.
Al entrar se dirigieron directamente a la cocina, la gran estancia y quizás la pieza principal de la casa, donde tantas veces se había reunido la familia. Las tres se sentaron en el banco situado alrededor de la gran chimenea y empezaron a revivir y recordar la figura de su madre entre ollas y sartenes, cazos y cazuelas… su reino.
La distancia y la incomunicación entre ellas había sembrado un vació. El recuerdo hacia su madre las hizo tener un pensamiento común: los guisos de mama. Como disfrutaban en la cocina el día que tocaba elaborar el pan. Su madre les enseño a amasar encima de la gran mesa de madera que ocupaba el centro de la gran cocina. Llenas de harina hasta las cejas, reían y jugaban con aquella masa blanda que les recordaba la plastilina que usaban en el colegio para moldear figuritas. Era increíble como después de todo conseguían que aquella masa se convirtiera en unos panes tiernos y crujientes a la vez. Poco a poco los viejos olores empezaron a estallar dentro de sus mentes adormecidas. El olor del estofado de carne, el arroz con bacalao de los viernes, las albóndigas con su salsa de tomate, el cordero asado al horno y como no los famosos dulces que tan amorosamente elaboraba.
De repente sin saber el como y el porque se encontraron abriendo alacenas, armarios y cajones. Habían recordado que su madre guardaba todas sus recetas en una libreta primorosa con cubiertas duras y forrada con un papel que imitaba unas aguas de colores. Su madre había recogido en aquella libreta las recetas que le enseño la abuela y las que ella con los años había recopilado y mejorado. Buscaban la receta de un dulce que preparaba llamado Pan de Calatrava. La libreta apareció en uno de los cajones de la gran mesa, pero por mucho que miraron y remiraron la receta tan ansiada no estaba anotada. Decidieron ponerse a elaborar el dulce a partir de los recuerdos que cada una de ellas guardaba en la memoria de las miles de veces que habían visto a su madre elaborar aquel dulce tan preciado.
– Lleva huevos y leche.
– Y harina también.
– No, el Pan de Calatrava no lleva harina.
– Lleva huevos, leche y azúcar.
– También le ponía corteza de limón, que hervía con la leche.
– Recuerdo que desmenuzaba tres o cuatro magdalenas.
– ¿Cuantos huevos ponía? creo que eran nueve.
– No, nueve huevos era cuando lo hacia para celebrar algún aniversario toda la familia, pero creo que solo ponía cuatro cuando lo hacia solamente para nosotras.
– La leche ya esta fría, ¿has batido los huevos?
– Si he batido los huevos y he añadido el azúcar. Ahora hay que ir añadiendo la leche poco a poco para que no cuaje el huevo batido.
– No te olvides de sacar la corteza de limón.
– ¿Tienes preparado el molde?
– Sí, ya he quemado el azúcar en el molde y he troceado las magdalenas.
– ¿Cuanto tiempo lo tenia en el horno?
– Creo que media hora
– No, era un poco más de media hora. Vamos a dejarlo tres cuartos de hora.
– Podemos ir abriendo el horno para ver cuando esta hecho y pincharlo con un mondadientes.
– No, no podemos abrir el horno porque entonces no subirá. Esto lo puedes hacer con el bizcocho, pero no con el Pan de Calatrava.
Habían pasado los cuarenta y cinco minutos cuando sacaron el molde del horno. El Pan de Calatrava tenia la misma apariencia que cuando lo hacia su madre. Ahora debían dejar que se enfriara. Esta era la parte más dura, tener que esperar. Se consolaron admirando el color tostado del azúcar caramelizado y sobretodo abriendo sus fosas nasales para absorber aquel aroma tan querido. Y por fin llego el momento. Con una cierta ceremonia cortaron el Pan de Calatrava en varias porciones y dieron el primer bocado.
Aquel no era el Pan de Calatrava que hacia su madre. Alguna cosa fallaba. ¿Se habían equivocado en las cantidades? o ¿habría algún ingrediente que se les paso por alto? Empezaron de nuevo a recordar los pasos que seguía su madre para elaborar el dulce y mientras estaban absortas repensando en los ingredientes, un fuerte golpe de aire abrió de par en par la ventana de la cocina y el viento susurro: “os habéis olvidado la rama de canela”.